Reflexiones
VITALIDAD
Mateo 18: 3, 4: "De cierto os digo que, si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. 4 Por tanto, cualquiera que se humille como este niño, ese será el mayor en el reino de los cielos.”
Aceptar a Jesús significa volver a la vitalidad, la pasión y la ingenuidad de un niño. Jesús, durante su vida terrenal, fue entusiasta, dinámico, alegre y lleno de vida. Es el amor genuino y sincero por Dios lo que nos hace adventistas convencidos y sonrientes. El amor de Dios nos llena y nos completa. El amor de Dios es tan poderoso que impregna todo nuestro ser e involucra a todos los que nos rodean. Somos amados por nuestro Padre y, como niños, no tenemos otra opción que compartir ese amor con nuestras hermanas y hermanos, nuestro prójimo.
Volvamos a ser niños y redescubramos la vitalidad, el entusiasmo, la pasión de un niño.
Nuestro Padre celestial nos ama infinitamente y quiere que transmitamos su amor infinito a nuestro prójimo. Jesucristo fue el símbolo de este amor poderoso. El sacrificio de Jesús nos redimió y nos salvó. ¡Sonriamos a la vida, como un niño muy amado por el Padre!
Misión
Mateo 28: 19-20: "Por tanto, id y haced discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a obedecer todo lo que os he mandado. Y ciertamente estoy con vosotros siempre, hasta el fin del mundo.”
La misión es el alma de la Iglesia Adventista del Séptimo Día. La misión está entretejida en nuestra identidad; la misión define quiénes somos y por qué existimos. Al principio de nuestro movimiento, tomamos la Gran Comisión (Mateo 28: 18-20) como nuestro mandato divino, motivados por la visión del evangelio eterno alcanzando a toda nación, tribu, lengua y pueblo (Apocalipsis 14: 6-12).
La Misión–La misión adventista del séptimo día está centrada en el amoroso regalo de Dios de Su Hijo para ser el Salvador del mundo. Debemos compartir esta buena noticia con todas las personas, diciéndoles que “En ningún otro hay salvación, porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que debamos ser salvos” (Hechos 4:12), y que “todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).
En su esencia, la misión es dar testimonio a través de la palabra y la vida y en el poder del Espíritu Santo. Como el Señor mandó a Israel en tiempos antiguos, “Vosotros sois mis testigos, . . . y mi siervo a quien he escogido” (Isaías 43:10), así el Señor Resucitado nos manda, “Recibiréis poder cuando el Espíritu Santo venga sobre vosotros; y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra” (Hechos 1:8).